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Revelaciones



Durell se levantó y paseó por la habitación. Era un lugar bastante práctico, funcional, que los taus les habían proporcionado a los suyos. No era nada ostentoso, equipado con lo básico, pero que cumplía perfectamente con la función que tenía, la de dormitorio. El elemento más importante para cumplir esa función, la cama, era muy confortable.
Durell desvió su mirada hacia ella. El cuerpo de Asonia en vuelto en las sabanas se estremeció levemente en sueños. El vidente sonrió, era algo que no terminaba de comprender en los humanos. Un eldar apenas necesitaba cuatro horas para, sumido en el llamado “ensueño” equivalente al dormir humano, estar descansado por completo y al máximo de actividad. Un humano necesitaba el doble de eso. Y mientras que en el ensueño era muy ligero y los eldars despertaban con facilidad, un humano dormía tan profundamente que a veces Durell dudaba que incluso el sonido de un proyectil explosivo de gran tamaño cayendo a su lado fuera capaz de despertarlos.

Durell ocupó el asiento que se había desplegado de la pared al pulsar el vidente un botón. Recordó todo lo que había pasado en las últimas horas. Muchas cosas, quizás demasiadas. Aún no había tenido tiempo de digerirlas por completo. Él y Aldámahtar habían regresado al amanecer tras haber colocado los explosivos en la sala de control de la base enemiga. Descubrieron que toda su unidad, que creían inconsciente, en realidad había muerto. La descarga psíquica del inquisidor había acabado con ellos. Los dos eldars, tras recuperar de los cadáveres de sus compañeros sus joyas del alma, habían huido por el lugar por el que entraron y tras colocarse a una distancia prudencial de la base, habían activado los detonadores. La sala de control quedó destruida por completo, y tanto el escudo de energía de la base como las baterías antiaéreas quedaron desconectadas. Apenas diez minutos después los bombarderos tau habían arrasado la base. Tras completar el ataque tau a la base, habían activado la baliza que llevaban consigo y una nave de transporte de tropas los había recogido. Cuando regresaron a la base de la Alianza, descubrieron que en ella se respiraba ambiente festivo. Y no era de extrañar, esta fortaleza enemiga era el último foco de resistencia Necrontyr y al haber sido destruido, el planeta quedaba bajo control de las fuerzas aliadas.
Sin embargo, a pesar de haberse contagiado del buen humor reinante, Durell no tenía ganas de asistir a los festejos que rápidamente se estaban preparando. El cumplía su deber y punto, no necesitaba de condecoraciones ni celebraciones ni nada por el estilo. Asonia había sido su salvación, lo había tomado del brazo nada más bajar de la nave y juntos se habían perdido entre la multitud, compuesta por humanos, tau, eldars y otras razas pertenecientes a la Alianza. Dado que Durell no llevaba nada que lo identificara como vidente, pues aún vestía la armadura de guardián, nadie lo había reconocido.
Tras escapar de allí, se habían dirigido a la habitación del vidente, ya que Asonia no disponía de estancia individual si no que compartía barracón con el resto de su unidad.
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Lilith no había ido a la celebración, no estaba de humor para ello. Durante la misión de Durell, ella había mantenido una charla con el Aun’o, y más concretamente con su espada, con Antakanya. Lo que le contó fue… increíble. La había creído muerta durante tantos años, su raza la había creído muerta, y era ella quién descubría la verdad, era a ella a quién había decidido revelarse. Sin embargo, había algo que la conmocionaba, porqué Ella había decidido presentarse primero a los Tau, una raza que nada tenía que ver con Ella y su parentela. Los eldars largamente habían llorado su muerte, y Ulthwé le rendía homenaje. ¿Porqué entonces no ir en busca de sus siervos, de los eldars?
- Debía esconderme y los Tau ofrecían un gran refugio.- Eso le había dicho Ella.

Lilith le ofreció ir con Ella, juntas partirían a Ulthwé y proclamarían que había vuelto, que los eldars la habían recuperado. Pero Ella se negó, le explicó que no quería dejar a Myen, él era ahora su compañero y su destino estaba unido al de él. Esto enfureció a la vidente, no podía comprender porqué Ella prefería a un Tau antes que a un eldar. Aunque Ella se lo explicó, Lilith no era capaz de comprenderlo pero como su raza había hecho siempre, siguió sus designios.

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No era capaz de descansar, estaba exhausto pero no podía sumirse en el ensueño. Cada vez que lo intentaba volvían a su cabeza las imágenes de sus compañeros, de su unidad, muertos en el suelo. Así pues abandonó la pequeña enfermería, donde le estaban curando la herida del hombro. Se dirigió a la estancia común dónde se reunían los suyos, que permanecía vacía.

Allí se sentó en uno de los asientos que levitaban junto a las mesas. No podía dejar de pensar en que todo era culpa suya. Durell le había dicho durante el viaje de vuelta que no debía preocuparse, que eran cosas que pasaban, y que todos los que estaban allí luchando sabían que tarde o temprano acabarían muertos. Pero Aldámahtar no lograba sacárselo de la cabeza, el estaba al mando de la unidad, era su primera misión como líder de escuadra, y lo había fastidiado. Había perdido a todos sus soldados, y él, que tuvo que quedarse atrás no estuvo con ellos cuando ocurrió. Lo más probable es que, de haber estado allí, el también hubiera muerto, pero habría preferido morir junto sus guerreros que quedar atrás.

Y además, para sentirse aún peor, había tenido que asistir a la celebración que había tenido lugar, y dada la desaparición del vidente Durell, el había sido el centro de atención. Había tenido que soportar halagos y felicitaciones de todo tipo, cuando el lo único que quería era irse de allí. Pero no tuvo ocasión, y estando en la fiesta, tuvo ocasión para pensar en lo que había hecho, y decidió hablar por la mañana con la vidente Eth-Khalion para que lo devolviera a su antiguo rango. Él no era un líder, si no un simple soldado, y estaba mejor luchando junto a sus compañeros que dándole órdenes. Iría a hablar con la vidente, y recuperaría su antiguo puesto, pues estaba claro que no se podía confiar en él para dirigir.

Infiltración

Llevaban ya dos días de marcha desde que vieran pasar el último convoy de tropas enemigas, pero Durell no se hacía ilusiones sabía que los Necrontyr con la ayuda de sus siervos humanos, tenían suficientes recursos para mantener clavado a las tropas de la alianza mucho tiempo. Y era por este motivo que llevaban a cabo la misión.
Según los informes de los exploradores, la base enemiga no debía quedar muy lejos del lugar en que se encontraban, lo más posible era que llegaran a ella el día siguiente. Mientras tanto avanzaban sin descanso, apenas paraban un par de horas al día para recuperar fuerzas, puesto que sabían que el tiempo escaseaba.
Su escuadra siguió adelante, sólo nueve de los diez soldados que la componían se movía junto a él, el décimo miembro de la unidad, una guardiana cuya arma era uno de los escasos rifles de explorador que las Lagrimas poseían, se había adelantado al resto cumpliendo las funciones de exploradora. Cada cierto tiempo la eldar volvía para informar de cualquier noticia importante.
Como ahora. Durell hizo que la unidad se detuviera. La exploradora se acercó al vidente.
- Señor, una patrulla enemiga, al frente.
- ¿Cuántos?- preguntó Durell.
- Solo cinco. Y no se mueven, como si estuvieran protegiendo algo
- En ese caso deben tratarse de centinelas. – reflexionó el vidente. – Quizás estamos más cerca de la base de lo que pensábamos. Bien, soldados, desplegaos, envolveremos a la patrulla. No quiero armas de fuego. El trabajo debe realizarse limpiamente para no dar la alarma. ¡Adelante!
Los guardianes se marcharon. Durell se volvió a la exploradora.
- Quiero que busques un buen lugar desde el que disparar tu arma. Te avisaré cuanto estemos listos. Tuya será la primera baja enemiga.
- Sí, vidente.
Durell se acercó al lugar donde se encontraban los enemigos. Era un patrulla humana, probablemente Skitarii – pensó Durell al ver sus armas. No tenían brazos propiamente dichos, si no que habían sido sustituidos por armas blancas y de fuego.
El vidente ocupó su posición, no podía ver al resto de su unidad, debido a la gran capacidad de camuflaje que tenían, por su entrenamiento a manos de los maestros de los Escorpiones asesinos, pero sabía que estaban allí.
Durell dio la orden.
El primero de los guerreros enemigos cayó al suelo, con la cabeza atravesada de un certero disparo. Un segundo más tarde, los guardianes salieron de sus escondrijos y atacaron a los cuatro restantes. El propio Durell desenvainó dos largos Raukos, unas delgadas espadas tubulares preparadas para ser clavadas en vez de para cortar, y se lanzó al combate.



La lucha acabó antes de empezar, los enemigos habían sido cogidos por sorpresa y no tuvieron oportunidad de responder al ataque.
Durell examinó los cadáveres de los guerreros enemigos y entonces comprendió como era posible que la resistencia fuera tan encarnizada en este planeta. Estos soldados no eran Skitarii, es más ni siquiera eran soldados. Era la población civil mon-keigh del planeta. Los Necrontyr los habían manipulado insertándole armas y anulando su voluntad, o eso supuso el vidente, y los había convertido en tropas de sus ejércitos. Durell se sintió asqueado por la idea.

La unidad eldar escondió los cadáveres y se puso en marcha. Llegaron a la base enemiga al anochecer. Durell repasó sus órdenes. Durante mucho tiempo habían intentado destruir la base desde el aire, pero pronto descubrieron que no era posible, un campo de fuerza rodeaba toda la base y esto unido a las baterías antiaéreas hacía imposible realizar un bombardeo contra ella.
La misión de Durell y de su equipo estaba clara, debía infiltrarse en la base y destruir tanto el generador de escudo como el control de las antiaéreas. Y según el servicio de inteligencia Tau, que habían perdido su vida para traer esta información, ambas funciones estaban localizadas en el centrote control de la base, así que era allí donde debían dirigirse. Los observadores Tau también habían informado de la existencia de una puerta trasera, apenas sin vigilar pero con un sistema de seguridad cifrado, que imposibilitaba la entrada a quién no conociera la clave, aunque ese problema ya había sido solucionado.

Durell esperó a que fuera noche cerrada para ponerse en marcha. La armadura de los guardianes, al ser completamente negros y aislantes del calor corporal que desprendían sus portadores, hacían completamente invisibles a los eldars, tanto a la visión normal a con la infrarroja. El propio Durell se había despojado de sus típicas vestiduras de vidente y vestía un traje de estos.
Lentamente pero sin pausa, fueron dando un rodeo a la muralla que protegía la base, evitando en este caso todas las patrullas de vigilancia que pudiera haber.
Llegaron rápidamente a la puerta trasera ya que no estaba muy lejos del lugar por el que habían llegado. Acabaron fácilmente con los vigilantes de la puerta, ya que no eran muchos, y los guardianes establecieron un perímetro de seguridad mientras Durell se encargaba de la puerta.
El vidente sacó un artefacto de su cinturón, y lo colocó sobre el panel de acceso de la puerta. El artefacto era un pequeño descifrador de manufactura Tau que le habían proporcionado los de inteligencia.
Durell activó el aparato y esperó, en apenas un minuto el descifrador obtuvo la secuencia correcta de la clave y abrió la puerta.

Se colaron rápidamente en el interior. La puerta era el acceso a lo que parecía ser un corredor secundario y prácticamente abandonado. Recorrieron rápidamente el corredor en completo silencio y buscando alguna indicación del centro de control.
Pero la galería no disponía de ninguna salida lateral, así que tuvieron que recorrerlo en su totalidad.
Finalmente desembocó en una sala circular, amplia y atestada de lo que parecían ser terminales de maquinas mon-keigh. Lo que no vieron en un principio es que dicha sala no estaba vacía.
Tres Skitarii estaban situados en el centro de la habitación y en cuanto los eldars entraron en la habitación comenzaron a disparar. Durell y el resto de guardianes se lanzaron tras las terminales de la habitación protegiendose de los disparos. Todos menos la exploradora que iba en último lugar, y no fue lo suficientemente rápida.
Una ráfaga de proyectiles trazadores la dejaron echa trizas.

Aldámahtar vio como la exploradora caía abatida y eso le enfureció. Saliendo de detrás de una de las terminales disparó con su catapulta shuriken acabando con uno de los engendros semimecánicos. Un instante después ahogó un grito, una bala le había alcanzado en el hombro.
Durell disparó su pistola, pero dado que lo hizo por encima de su cabeza sin apuntar, sus proyectiles fueron contra la pared.
Los Skitarii no paraban de disparar, pero lo hacían por encima de las terminales, como si no quisiesen dañar estas. Durell reconoció que se trataba de un empate técnico, pues aunque estaban a salvo de los disparos tras las maquinas, no podían dejar su protección pues los acribillarían. Estaban perdidos, no tardaría mucho en sonar la alarma, y la habitación se llenaría de refuerzos.
Durell intentó pensar en algún plan. Repaso el equipo que llevaba, su pistola shuriken, los Raukos, su espada bruja, granadas… ¡Granadas, eso era!
El vidente cogió una granada, la activó y la lanzó al centro de la sala.
<¡Granada!> Avisó a los guardianes mediante un mensaje telepático. Estos se agacharon aún más detrás de las terminales para protegerse.
La granada hizo explosión, y la onda explosiva lanzó a Durell contra la pared, aunque se dio un buen golpe fue absorbido en su mayor parte por la armadura.
El grupo de eldars se levantó y se dirigió al lugar que antes ocupaban los Skitarii. Nada quedaba de ellos, la granada de plasma los había vaporizado por completo.

Tras el combate con los Skitarii en la sala de los terminales siguieron adelante.
Recorrieron multitud de pasillos acabando rápidamente con las escuadras de vigilancia.
Finalmente tras un largo camino llegaron unas puertas dobles de acero, y selladas mediante un circuito. Otro panel de acceso estaba en la pared al lado de las puertas.
Durell se acercó a Aldámahtar que ahora portaba el rifle de la exploradora muerta. Aunque había vendado su herida, esta aún le molestaba bastante, impidiéndole disparar de manera efectiva.
- Aldámahtar, te quedaras aquí en el pasillo y nos cubrirás las espaldas.
- ¿Qué? Vidente, ¡no! Pienso ir con usted allí dentro.
- Soldado, si este es en verdad el centro de control estará muy vigilado y no estas en condiciones de luchar.
Aldámahtar tuvo que reconocer que era verdad. Así pues se quedaría en el pasillo.
Durell se dirigió al panel de acceso, colocó el descifrador Tau sobre él.
Las puertas se abrieron en poco tiempo.
El vidente y los guardianes entraron dentro de la sala y acabaron rápidamente con los ocupantes de la misma. Todos eran técnicos y encargados de los terminales de la sala. Durell se había equivocado, no estaba protegida.
Y sin embargo, al echar un vistazo a la sala comprobó que se trataba del centro de control.

Se volvió a los guardianes para que empezaran la colocación de los explosivos que llevaban cuando uno de ellos se desplomó. No se había oído el sonido de ningún disparo ni tampoco nadie había entrado en la sala.
Durell se acercó al guardián caído y le quitó el casco. La cabeza del eldar había desaparecido. Cuando levantó el casco este derramó sobre el suelo un torrente de sangre y de tejidos cerebrales y musculares. Algo había licuado la cabeza del eldar, literalmente.
Durell miró horrorizado al resto de guardianes, cuando sin previo aviso se encontró volando. Chocó contra una de las maquinas de la habitación, a veinte metros del cadáver del eldar. Un fuerte dolor de cabeza lo envolvió, dejándole casi inconsciente, ¡era un ataque psíquico! ¡Pero eso era imposible, los Necrontyr no tienen psíquicos en sus filas!
Concentró todo el poder mental que podía reunir y poco a poco fue levantando barreras en su mente para disminuir el ataque psíquico.
Los guardianes que se habían quedado mirando al vidente como si se hubiera vuelto loco, cayeron al suelo, inconscientes.

Durell consiguió expulsar el ataque de su cabeza y logró ponerse en pie. En es momento, la otra puerta que existía en la sala se abrió, y de ella surgieron tres figuras. Las dos primeras, dos Skitarii avanzaron al interior de la habitación y se colocaron a cada lado de la puerta.
La tercera figura avanzó hasta quedar enfrente de Durell. Se trataba de un humano, vestido con una armadura corporal negra que le ocultaba todo el cuerpo y una gabardina de color marrón por encima. Lo único que no estaba cubierto era su cabeza. Y solo la mitad izquierda del rostro del humano era de carne. El resto incluido toda la mandíbula inferior y el cuello era de metal, implantes. Durell se fijó en el colgante que colgaba del cuello del mon-keigh, la reconoció al instante, pues ya había lucha do contra ellos y sus ejércitos antes de unirse a las Lágrimas. Era el símbolo de la Inquisición.

- Hola, vidente eldar. Tenía muchas ganas de conocerte, tras ver lo que has hecho hoy aquí. – dijo el humano dirigiéndose al vidente en su propia lengua. Su voz sonaba con un tono metálico, pues provenía de una laringe artificial.
Durell no dijo nada pero su quedó totalmente sorprendido.
- ¿Te sorprendes? – dijo el mon-keigh. - ¿Por qué crees que esto estaba sin proteger? Os he estado siguiendo a ti y a tu grupo por las cámaras desde que accedisteis al interior.
- Ah, permíteme que me presente. Mi nombre es Douglas Barrous, antiguo inquisidor del Ordo Xenos y aliado de los Dioses Estelares.
- Los Yngir no tienen aliados, mon-keigh, sólo siervos. – respondió el eldar.
- Cierto, pero yo tengo algo que ellos necesitan y que no pueden controlar, por eso soy su aliado. Ellos necesitan psíquicos, mi querido vidente, pero no pueden someterlos…Han de aliarse con ellos, y eso es lo que han hecho. – dijo. El inquisidor dio un par de pasos hacia la derecha y se volvió de nuevo hacia Durell. – Ah, pero tanta cháchara me aburre, he disfrutado bastante viendo como llegabais hasta aquí, pero este es el final de vuestro camino.
Barrous lanzó un ataque psíquico que Durell detuvo sin apenas esfuerzo. Los poderes del humano eran inferiores al del eldar. Y Durell lo sabía, el ataque del principio lo había pillado desprevenido, pero esta vez no.
Durell atacó la mente del vidente, pero su ataque fue también bloqueado. No debía subestimar al inquisidor pues era poderoso.
- Este enfrentamiento no lo decidirán nuestros poderes psíquicos. Que las armas decidan. – Barrous cogió lo que parecía ser el mango de una espada, solo que si hoja. El inquisidor pulsó un botón, y una hoja de energía pura de más de un metro surgió de la empuñadura. - ¿Te gusta? Un regalo que me hicieron los C’tan cuando sellamos nuestro trato.
Durell desenvainó su espada bruja, que llevaba en una vaina colgada a la espalda.
El primero en atacar fue el humano. Haciendo un giro de la espada sobre su mano lanzó un tajo directo a la cabeza del eldar, que este bloqueó sin dificultades. Tras este ataque Durell atacó. Si alguien ha visto un eldar en acción podrá dar testimonio de su velocidad, tanto que en muchas ocasiones se convierten en un borrón difuso. En esto se convirtió el vidente ahora. Los ataques llovían contra el inquisidor desde todos lados. De haberse tratado de un oponente normal ya estaría muerto. Pero Barrous no era un oponente normal.

Multitud de implantes potenciadores aumentaban la velocidad del humano. Este conseguía parar todos los ataques. Así estuvieron durante largo tiempo sin conseguir ninguno ventaja sobre otro. Hasta que Durell paró su acometida.
Hubo un último choque de espadas, y los dos oponentes quedaron enfrentados.
Barrous vio como el vidente sujetaba la espada bruja con una sola de sus manos, lanzó una carcajada pues sabía que con la fuerza de una sola mano no podía hacer uso de toda su fuerza. Lo que no vio, fue el Rauko que portaba Durell en la otra mano y que se clavó con fuerza en la parte aún biológica de su rostro.

El vidente no esperaba matarlo con ese ataque pero si distraerlo lo suficiente. Mientras el inquisidor agarraba el Raukos para arrancárselo, Durell hizo una finta con la espada bruja y rebanó la cabeza del humano, así como el brazo que tenía sobre esta.
El cuerpo de Barrous cayó al suelo, pero mientras lo hacía los dos Skitarii que habían permanecido impasible ante el combate se activaron y apuntaron con sus cañones al vidente.
Durell bajó su espada, estaba muerto, podría matar a uno de los droides pero el otro lo acribillaría. Había perdido.

Uno de los Skitarii cayó al suelo con la cabeza arrancada de cuajo de un disparo, el otro confuso por lo que había sucedido también fue derribado poco después con un agujero humeante en el pecho.
Durell, sorprendido, miró a sus espaldas.
En la puerta con el rifle de explorador en sus manos se encontraba Aldámahtar.

Prosigue la contienda



Al’kadian se dejo llevar por las corrientes del Empíreo. No sabia cuanto tiempo llevaba allí, ya que en este lugar el tiempo no existía. Aunque tampoco es que le importara mucho, desde su muerte esas cosas habían dejado de preocuparle.
Lo que si le preocupaba era la misión que debía realizar, no por los peligros que pudiera conllevar, si no por la posibilidad del fracaso. No podía decepcionar a lilith. No decepcionaría a lilith, no podía permitírselo, había demasiado en juego.
El brujo siguió moviéndose, notó la presencia de un grupo de seres del Inmaterium, pero no le preocupaban, Al’kadian podía sentir el escudo psíquico que lilith levantaba alrededor de su cuerpo para evitar que los demonios sintieran su presencia, al menos los más débiles.
Este pensamiento le recordó que la vidente también se estaba jugando su vida protegiéndolo.
Al’kadian siguió adelante, cumpliría su misión, aunque le costara su alma.

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lilith permanecía sentada en el suelo de la pequeña campaña de hueso espectral que sus Aedas óseos habían construido para ella. Llevaban ya demasiado tiempo aquí, la guerra contra las fuerzas del Enemigo se había estancado en el planeta, y sus fuerzas no conseguían avances. Pero ella no debía preocuparse por eso, había delegado sus funciones a Durell, de manera que sólo debía ocuparse de mantener activo el campo que protegía a Al’kadian hasta que este cumpliera su encargo y volviera a su joya.

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Durell se agazapó tras una muralla e hizo a una señal su escuadra, que se ocultó de la misma manera que él lo había echo. El vidente echó un vistazo a la carretera adyacente al edificio en el que se ocultaban, un grupo de fuerzas del enemigo avanzaba por ella, y tras ellos multitud de vehículos de combate.
Aún no podía creer lo fuerte que era la resistencia en este lugar, en principio esto iba a ser una contienda rápida, los Necrontyr y sus aliados humanos no disponían de mucha presencia aquí, y sin embargo, sus fuerzas parecían inagotables.
Durell avanzó por la planta baja del edificio, seguido de sus tropas, ocultándose de la columna de fuerzas enemigas que avanzaba por la carretera.
Su misión era clara, debían evitar en la medida de lo posible el conflicto. Pues debía infiltrarse en territorio enemigo y descubrir de dónde provenían los refuerzos de los Necrontyr, en su mayoría aliados humanos.

Tras dejar atrás la columna enemiga, se refugiaron el interior de lo que parecía ser una antigua vivienda mon-keigh. Allí, se permitieron descansar un poco.
Durell observó a sus soldados, lo mejor de sus Lágrimas. Solo eran diez eldars los que componían el grupo, pero eran los mejores. Guardianes de asalto, comandados por Aldámahtar, que había sido ascendido a líder de escuadrón recientemente, por la valiente defensa de un pequeño puesto de exploración, contando sólo con un grupo muy reducido de soldados a sus ordenes.


Pasaron la noche en aquel lugar, pues preferían no emprender la marcha hasta el amanecer. En realidad, ninguno de los soldados llegó a descansar del todo, pues la proximidad de la batalla. Durell, desde luego, no consiguió conciliar el sueño. Sus pensamientos pasaban de Asonia a lilith, y de lilith a Asonia. Sabía que eso era peligroso, pues sus sentidos debían estar puestos del todo en la misión que tenían que realizar, pero no era capaz de quitárselas de la cabeza. Asonia, se había encontrado con ella un par de veces en el tiempo que llevaban en el planeta. Para el vidente habían sido unos encuentros muy agradables pese a que se habían reducido a cambiar palabras de aliento e impresiones sobre el combate. Y lilith, últimamente se estaba comportando de manera extraña, se había encerrado en aquella tienda para realizar algo que no quería comentarle y le había traspasado el liderazgo de las Lágrimas. Liderazgo que el pronto había puesto en manos de la Exarca de las Espectros, pues quería comandar en persona a las fuerza de infiltración.

A la mañana siguiente, volvieron a ponerse en marcha.

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Ragna-lok se movía a través del Inmaterium con rumbo fijo. Le sorprendía que Tzeentch le hubiera perdonado la vida, el dios no destacaba por conceder segundas oportunidades.
Le había encomendado acabar con el humano, con el “profetizado” como le había llamado. Ragna-lok se aseguraría de ello, tenía una cuenta pendiente con ese maldito mortal. Sin embargo, tendría que encontrar otra manera de entrar en el espacio real, esta vez de nada servirían los subterfugios, atacaría con todo su poder y para ello debía encontrar un canope adecuado, de nada le servirían los humanos, y mucho menos los Tau, necesitaba una psique mas poderosa.

Ragna-lok siguió adelante cuando sintió algo en el Empíreo, una perturbación… ¿eldar?
Bah, no importaba, el eco era muy débil y el tenía cosas más importantes que hacer.


De haber podido hacerlo, Al’kadian habría respirado aliviado, había creído que todo estaba perdido cuando vio al demonio acercarse al lugar en que él estaba, pues aunque el escudo que lilith proyectaba lo hacía invisible a los demonios menores, no estaba del todo seguro acerca de este.
Pero el demonio ya se alejaba de allí sin dar señales de haberlo visto.
Debía andarse con más cuidado, la próxima vez podría no tener tanta suerte.


Nuevo mundo

Aldámahtar se apoyó en la pared del hangar. Veía como las naves de transporte Tau, Orca según le habían dicho, despegaban y ponían rumbo al enemigo. También los guerreros de la casta del fuego iban embarcando en los transportes. El eldar saludó a uno de los Tau de la escuadra que en ese momento pasaba a su lado. Aquel guerrero y el había creado un relación amistosa y el tau le había enseñado parte del su idioma, lo suficiente para hacerse entender. El guerrero le devolvió el gesto.
Aldámahtar sentía que estaba excluyendo a sus tropas, en cierto modo comprendía la decisión del Aun’o de no dejar partir a las Lagrimas, no estaban al máximo de sus capacidades y así se lo había hecho a entender a la Exarca Espectro que ahora se encontraba al mando de las fuerzas de Ulthwé en ausencia de sus dos líderes.

El soldado se dirigió hacia el hospital, no sabía si los videntes habían sido informados de la situación.
En primer lugar se dirigió a la habitación del vidente Durell.
- Vidente, ¿estais ahí?- dijo, golpeando levemente la puerta. Nadie respondió.
Al eldar le extrañó que no le respondiera, se suponía que no podía abandonar su cuarto hasta no estar recuperado del todo.
Aldámahtar oprimió el botón de apertura y la puerta se deslizó hacia un lado silenciosamente. La habitación estaba vacía, el vidente no se encontraba dentro.
El guardián entró en la estancia.
- Soldado, ¿qué hacéis aquí?- Aldámahtar se giró al oír la voz. Durell estaba en la puerta, contemplando sorprendido al guardián. Al eldar no se le escapó el detalle del vidente girando sin cesar una especie de anillo que llevaba en el dedo anular.
- Vidente, os estaba buscando. El Aun’o ha empezado la contraofensiva, unidades Tau y la flota de combate de Da’fio están partiendo en este momento. Apenas quedan transportes.
- ¿Cómo?- Durell levantó la voz. Eran demasiadas emociones para un solo día y aún no estaba recuperado del todo.- Debemos avisar inmediatamente a la vidente Eth-khalion. Debemos…
Durell cayó al suelo, y toda la habitación desapareció. La imagen del lugar fue sustituida por otra. Una serpiente multicolor se retorcía en una cárcel de energía. Sin embargo, la serpiente reía y Durell se sintió enloquecer al escuchar el estridente sonido de las carcajadas del ente. La imagen se desvaneció tan rápidamente como había surgido.
El vidente recuperó la visión y lo primero que fue es a Aldámahtar inclinado sobre él.
- ¡Vidente! ¿Estáis bien?
- Sí, sólo ha sido…sólo ha sido una pequeña indisposición. No pasa nada, debemos avisar a Lilith.
Salió de la habitación sintiendo los ojos del guardián, que iba detrás de él, contemplándolo fijamente.
Encontraron sin dificultades la habitación donde se alojaba la vidente. La encontraron sentada en una silla. Aparentemente estaba dormida, pero Durell sabía que lo que hacía era meditar.
- Vidente.- Durell se acercó a ella y le habló al oído. Despertarla bruscamente del trance podría resultar fatal.- Vidente, despierte.
Lilith, se encontraba muy lejos de allí, llevaba toda la tarde de meditación, desde que había despertado, intentando encontrar indicios del aura del maestro Ulthran. No había logrado sintonizar con él, y eso sólo podía suponer una cosa. Que Eldrad Ulthran había muerto, tal como le dijo Arathion…
Poco a poco, Lilith fue volviendo en sí, la voz de Durell cada vez se hacia más clara, hasta que finalmente despertó.
- Durell, ¿Qué haces aquí?
- Vidente, tenemos problemas. Los Tau han empezado el ataque a los Necrontyr...Sin contar con nosotros.
En pocos minutos la pusieron al corriente de todo. Aunque Durell se abstuvo de contarle su visión, ya tenían suficientes problemas.

El Aun’o se encontraba supervisando el embarco de las tropas desde el centro de mando, y tenía las comunicaciones centradas en el “Justicia del Tau’va” que dentro de poco abriría fuego sobre la estrella de Ygmir.
Las puertas del centro se abrieron. Myien miró hacia ellas. Entraron los dos videntes de Ulthwé, Lilith y Durell, y uno de sus soldados.
- ¡Aun’o! ¡Exijo una explicación!- Lilith se acercó al Tau.- ¿Porqué no se nos ha informado del ataque?
- Vidente, yo creí oportuno que no participaran, sus tropas aún están demasiado debilitadas. Y no serían capaces de combatir.
Lilith estaba apunto de responderle cuando el sistema de comunicaciones restalló. Una voz Tau inundó la sala.
“Justicia del Tau’va en posición. Lanza Cazadora Estelar lista. Objetivo fijado. Disparo en diez…nueve…ocho…”
En la mente de Durell volvió a resonar la risa estridente de la serpiente de su visión.
“Tres….dos….uno. Fuego”
La sala quedó en silencio. El Aun’o estaba expectante. Ahora descubriría si habían tenido éxito.
“¡Objetivo alcanzado! ¡Aun’o, lo hemos conseguido, lo hemos…”
Lilith no alcanzó a oír el resto. La sala en la que se encontraba se desvaneció. La oscuridad ocupó su lugar. De la oscuridad surgió una luz, era una luz cambiante que pronto tomó la forma de una serpiente multicolor. Lilith vio como la serpiente parecía escapar de una extraña prisión.
Apenas duró un segundo, demasiado tiempo.
- Du…Durell.- Lilith miró a su segundo.
- Sí, vidente. Yo también lo he sentido.
Myen miró a los videntes, él no era capaz de comprender los trucos mentales de los eldars.
- ¿Qué es lo que han sentido?- preguntó.
- Una perturbación en el Empíreo.- respondió Lilith.- No se que es lo que ha hecho esa “Justicia del Tau’va”, pero no ha sido nada bueno.
- ¿Cómo?- Myen no podía creer lo que decía.- ¡Hemos acabado con la estrella de uno de los Señores de los Necrontyr! ¡Ahora no tienes ningún lugar al que huir para recobrar fuerzas! ¡Lo tenemos a nuestra merced!
- Pues en su empecinamiento por acabar con un enemigo han liberado a otro, aún más poderoso.

Ragna-lok sonrió. Esperó a que la brecha que esas ilusas e insignificantes criaturas había creado en su prisión se abriera aún más. Ragna-lok no recordaba cuanto tiempo llevaba encerrado allí, pero ahora podía salir de nuevo y extender el caos por la galaxia tal y como había hecho antes de ser encerrado.
Ragna-lok centró su atención en uno de aquellos planetas. Las criaturas llamadas “tau” y los llamados “humanos” combatían contra los sirvientes de los Yngir. Prestó especial interés en uno de los combates, ya había encontrado un huésped.

El Gue’ve’sa Samuel recuperó la conciencia, recordó haber luchado contra esos malditos necrones y como de repente algo cayó del cielo, consumiendo tanto a sus compañeros como a sus enemigos en unas llamaradas de un color que variaba entre el azul y el púrpura. Samuel se sorprendió de estar vivo.
Se acercó hasta el cráter que aquella cosa había creado al caer. Algo en el centro le llamó la atención, bajó por el cráter y se acercó. Era una piedra pero con la particularidad de que parecía estar cambiando continuamente de forma. Samuel no pudo resistir la tentación de tocar el objeto, y al hacerlo, su cabeza se llenó de imágenes. Eran imágenes que le prometía riquezas, poder, todo lo que quisiera y solo debía hacer una cosa, renunciar al Bien Supremo. Samuel lo hizo con gusto, nunca había creído demasiado en eso.

Desde su prisión, Ragna-lok sonrió satisfecho.

Alianzas

Lilith vio como un grupo de alienígenas se ocupaba de sus heridos. Se quedó allí de pie, contemplando el campo de batalla y observando los movimientos del líder de los mon-keigh. Lo que no le encajaba era el arma, ¿qué hacía un arma de los antiguos en manos de aquellos seres?
El aspecto de las criaturas le resultaba familiar, había estudiado acerca de ellos, pero no era capaz de acordarse.
- Se llaman así mismo Tau. Son una raza joven pero capaz, que llegará al nivel que ahora mismo ocupáis vosotros.- una voz sonó en su cabeza. Le resultaba extraño pues la voz tenía un tono de familiaridad que la eldar sólo había escuchado cuando Durell se dirigía hacia ella.
- ¿Quién eres tú?- No podía tratarse de los alienígenas, de los Tau, pues la voz usaba el idioma eldar.
- Mi nombre es Antakanya, aunque me conocen con el nombre de “Rostro de honor”. Soy el arma que ves en manos de aquel Tau, de nombre Aun’o Da’fio Myen Mont’yr, es el líder de toda esta fuerza. No debes preocuparte por ellos, son aliados y no buscan hacer ningún mal. Incluso están ayudando a tus propios heridos.
Lilith vio que era cierto. Le molestaba que lo hicieran, pero si su buena voluntad era cierta, le vendrían bien. Sus Lágrimas apenas tenían recursos para ocuparse de todos los heridos.
Agarró a uno de sus soldados que pasó a su lado.
- ¿Y el vidente Durell? ¿Sabes donde se ha metido?
- No señora. Lo último que sabemos de él es que estaba luchando en el flanco derecho.
- Bien, no pasa nada. Quiero que te encargues de comprobar cuantos heridos tenemos. Y también…que hagas lo mismo con los muertos.
- Sí señora. No la defraudaré.
Lilith se quedó pensativa. Era extraño que Durell no se hubiera puesto en contacto.

Abrió los ojos. Sentía un dolor punzante en el estómago y le dolía hasta respirar. Entonces lo recordó todo. La batalla, el Necrontyr y el dolor lacerante que casi lo mata. Se extrañó de no estar muerto. Durante un momento volvió a perder el conocimiento. Cuando se despertó de nuevo notó cómo le colocaban algo sobre el cuerpo. Al abrir los ojos vio una figura inclinada sobre él, poniéndole unos extraños parches en la herida. La figura se giró al notar los movimientos de Durell y lo miró. Se quitó el casco que llevaba. Vio los rasgos claramente femeninos y el cabello, recogido en trenzas, le caía hacia atrás. Unos fieros tatuajes recorrían su rostro. Se trataba de una humana y le sorprendió que lo ayudara. Los humanos no suelen ser tan comprensivos con los de su raza.
Su estupor aumentó al escuchar el canto de la mujer, aunque no entendía la letra, su ritmo tranquilizaba. En ese momento, empezó a verlo todo borroso. La vista se le iba, y notaba cómo la vida también se le escapaba. La humana dijo algo, pero la voz llegaba de muy lejos y no entendió lo que decía. Además ya poco importaba, lo único que deseaba era dormir.

El guardián al que la vidente le había encargado ocuparse de los heridos, Aldámahtar de nombre, se dirigió a un pequeño claro dónde residían multitud de heridos y muertos. Los alienígenas estaban allí, ayudando a los heridos eldar y colaborando con aquellos eldars que estaban lo suficientemente ilesos para ayudar en las tareas sanitarias. Le sorprendió ver a mon-keigh y a eldars trabajando codo con codo, teniendo en cuenta la desconfianza de los de su raza para con las otras especies.
La guerra nos iguala a todos y nos pone a trabajar con la fuerza de nuestros hombros. Sonrió al pensar esto. Era una frase digna de un líder arengando a sus tropas.
Cuando se acercó más, empezó a ver las terribles heridas que presentaban los muertos. Las armas de los Necrontyr desintegraban los tejidos con pasmosa precisión. Muchas extremidades habían sido arrancadas de cuajo y volatilizadas.
Aldámahtar vio uno de los mon-keigh inclinado sobre lo que parecía ser uno de sus brujos, a la vista del atuendo que llevaba. Pero no, el mon-keigh no era uno de aquellos alienígenas de piel azul y rasgos planos, era ¡una humana!
Se acercó rápidamente hacia ellos.
- ¿Qué hace?- le preguntó a la mujer.
Ella no hablaba su idioma y por tanto no pudo responderle, pero lo dio a entender por señas que el eldar del que se estaba ocupando necesitaba ayuda.
Se fijo en el eldar, ¡se trataba del vidente Durell! Respiraba, pero débilmente, debía avisar a la vidente Eth-Khalion.
- Quédate con él. – le dijo a la humana. Sabía que no lo entendía pero acompañó sus palabras con gestos. – Voy a buscar ayuda.

- Acercaos a ellos, necesitáis su ayuda vidente, y están dispuestos a dársela.
No le hacía ninguna gracia tener que acercarse pero dio unos pasos hacia delante, no sabía porqué, pero lo hizo.
- Se que no confiáis en aquellos que no son de vuestra raza, Lilith Eth-Khalion. Conozco mucho acerca de vos, se lo que os ocurrió en vuestra infancia. Pero ellos no son Orkos.
A Lilith le sorprendió que Antakanya supiera todo aquello. Pero luego comprendió, un arma de aquel tipo creada por los antiguos tenía poderes psíquicos superiores incluso a los de su raza, así que podría haber accedido a sus recuerdos sin que ella se diera cuenta.
Decidió darles un voto de confianza. No tenían nada que perder, si al final resultaba que el arma le había engañado y los alienígenas eran enemigos, acabarían con todos ellos. Pero si rechazaba su ayuda, también perecerían. Estaba en un punto muerto.
Que los dioses decidan.- pensó.- Si es que aún queda alguno que vele por nosotros.

Terminó de acercarse a los Tau y se sentó junto al líder.
- Mi nombre es Lilith Eth-Khalion, vidente de Ulthwé.
Esperó a que el Aun’o, como lo había llamado Antakanya, respondiera.
Poco después respondió. No entendía lo que decía pero casi al mismo tiempo que el Tau empezó a hablar, la voz del arma sonó en su cabeza.
- Yo soy Aun’o Da’fio Myen Mont’yr. Aunque usted puede llamarme Myen, o si prefiere algo más formal, Aun’o. “Rostro de honor” me ha contado cosas acerca de usted. Se que no confiáis en los que no son eldars. Pero nosotros no buscamos ningún daño, es más buscamos aliados. Los sirvientes de los dioses estelares se alzan una vez más, y empiezan a amenazar nuestros dominios. La espada me dijo que vosotros seríais grandes aliados en su lucha.
- Cómo podéis ver, Aun’o, no estamos en condiciones de ayudar a nadie. Nuestras bajas son muchas y tenemos heridos que precisan de atención urgente.
Una vez más, esperó a que el arma tradujera sus palabras y a que el Tau emitiera su respuesta.
- Lo comprendo, y es por eso que le ofrezco nuestra ayuda. Nosotros cuidaremos de sus heridos, pero para eso necesitaremos transportarlos a Da`fio. Es nuestro planeta natal y allí tenemos los recursos suficientes para encargarnos de ellos.
Lilith respiró resignada, ella era la líder de sus soldados, y como tal, debía pensar en lo mejor para ellos, aunque eso supusiera entrar en conflicto con sus principios. Aún no entendía la razón por la que el maestro Ulthran la había puesto al mando. Deseó que Durell estuviera a su lado, sus dotes diplomáticas le hubieran venido bien en este caso.
- Esta bien, Aun’o. Acepto, pero tanto yo como el resto de mis tropas sanas, les acompañaremos.

Durell volvió a despertarse. No sabía donde se encontraba. Lo ultimo que recordaba era la humana a su lado cantando. Ahora se encontraba en un lugar distinto, no estaba al aire libre si no dentro de algún edificio o algo similar. Pero la decoración le era completamente extraña. ¿Dónde estaría?
Intentó incorporarse pero un estallido de dolor en el vientre le disuadió de hacer tal cosa.
- ¡Vidente! No debéis hacer eso, aún estáis muy débil.- Aldámahtar estaba a su lado, velando por él.
- Y… ¿y la humana que me encontró?- tenía que encontrarla y hablar con ella. No podía negar que el tiempo que ella había estado junto a él había tenido un gran significado.
- No lo sé, vidente. Supongo que estará en otra de las naves. ¿Para qué quiere verla?
- Necesito darle las gracias por salvarme la vida. Por favor, ve a buscarla.
- Está bien vidente. Lo haré.
Cuando Aldámahtar salió de la estancia, Durell volvió a sumergirse en sus pensamientos. Recordó el bello rostro de la mujer, los movimientos de sus manos mientras le aplicaba aquel parche que había ayudado a cerrar temporalmente su herida.
¿Qué me está pasando?- pensó.- ¿Es posible que me sienta atraído por una humana?
Debía aclarar sus ideas. Eso no podía ser posible, aunque en el fondo de su ser sabía que era cierto.

El silencio de la muerte

Durell se dirigió corriendo hacia el templo, tenía que avisar a la vidente del ataque, ¡debían marcharse inmediatamente del lugar!
Al entrar en el templo chocó contra Lilith que en ese momento salía de él, estuvieron a punto de caer al suelo.
- ¡Señora! ¡Tenemos problemas! ¡Los Necrontyr, están aquí! – La vidente pareció no hacerle caso. Durell vio que estaba con la mirada perdida y no parecía haberse dado cuenta de que estaba allí. - ¿Vidente? ¿Os encontráis bien?
- Lo he visto, Durell. Estas ruinas eran de una gran ciudad eldar y los Necrontyr la destruyeron por completo, esto es lo único que queda.
- Señora, hemos sido atacados. Sólo era uno pero es muy posible que pronto sean más. Debemos volver al campamento y prepararnos para un posible. – Cuando mencionó el campamento, Durell vio como la determinación cubría el rostro de Lilith.
- Sí. Avisa a las banshees, volvemos.

Esta vez el trayecto entre las ruinas y el campamento lo realizaron en menos tiempo debida a la urgencia que tenían de llegar allí.
Cuando llegaron el campamento estaba tranquilo. Con excepción de los centinelas, el resto de eldars disfrutaba de un merecido descanso.
Pero esto no iba a ser posible. Lilith avisó a los centinelas para que levantaran a todos los demás soldados. En poco tiempo, haciendo gala de una marcialidad ganada a pulso por los años, todos los soldados se encontraban en sus puestos.
Todo el campamento quedó en silencio.
- ¿Oís eso?- preguntó Lilith a sus consejeros.
- ¿El qué, señora? Yo no oigo nada.- respondió uno de los brujos.
- Exacto, hasta los mismos animales han callado.
Los brujos se miraron, ni siquiera se habían dado cuenta. Algo debía suceder de un momento a otro para que hubiera ocurrido eso.
Y en ese preciso instante, el bosque estalló.
Decenas, cientos de árboles se volatilizaron y de entre el bosque destruido, surgieron. En paso silencioso, eran como fantasmas vengativos, y eran legión.
Fila tras fila de guerreros necrontyr se iban acercando a las posiciones de los eldars, flanqueados por los destructores y precedidos de los desolladores que como sabuesos iban olfateando el rastro de los eldars.
Los soldados eldars seguían escondido tras las ruinas, esperando que su líder diera la orden de ataque.
- Esperad un poco más.- la voz de la vidente resonó en las mentes de todos los eldars.- Un poco más, un poco más.- Los Necrontyr seguían acercándose, con su paso lento, pero seguro.-¡Ahora!

Los guardianes eldar salieron de sus escondites y saturaron el aire con una ráfaga tras otra de afilados disparos shuriken. Demasiado afilados. Los proyectiles atravesaban limpiamente los cuerpos de los necrones pero estos seguian haciendo caso omiso de los impactos.
Sólo las armas de las banshees, que ya había trabado combate con una escuadra de Espectros en la parte oeste, eran capaces de dañar seriamente a los guerreros Necrontyr.

Lilith vio como las armas de la “Filo lunar” acababan con uno de aquellos Necrontyr voladores. Pero la tripulación de la Vyper no pudo disfrutar de su pequeña victoria. La nave explotó dejando tras de sí tan sólo un pequeño rastro de polvo. El grito de los tripulantes resonó en el interior de la mente de la vidente que quedó aturdida al sentir el eco psíquico. Cuando miró hacia el lugar de donde habían venido los disparos lo que vio la horrorizó.
- ¡Monolito! – gritó la eldar mientras arrojaba su lanza bruja contra la mole.
Ni siquiera se molestó en comprobar si le había alcanzado. Desenfundó su pistola shuriken y empezó a disparar. Mató a uno de un disparo en la cabeza y le cortó el brazo a otro de un disparo en el codo. Pero eso no los detenía. El que había sido disparado en el rostro se puso de pie mientras sus facciones se recomponían. Del codo del otro salieron unos cables que se engancharon al brazo seccionado y volvieron a juntarlo al cuerpo. Eran demasiados y no podían detenerlos…

Durell esquivó una de sus garras, luego con una finta de su espada desvió la trayectoria de la siguiente. Intentó asestar un golpe, pero en el tiempo que le llevó hacerlo, su enemigo ya se había colocado detrás de el. Se lanzó hacia el suelo, esquivando por milímetros la cola de aquel Necrontyr. ¿Cómo iba a vencerle si ni siquiera era capaz de ver sus movimientos?
Finalmente logró ensartar a la criatura con su espada bruja, aunque eso no impidió que la cola del Necrontyr se le clavara en el estómago.

Lilith siguió atacando, esta vez con Alyothe, que había vuelto a sus manos aunque sin conseguir arañar la superficie de aquella mole de metal orgánico.
Iba matando un necrón tras otro, la lanza bruja si lograba hacer verdadero daño a sus enemigos. Lanzó una llamarada de fuego psíquico que consiguió destruir a un par de guerreros enemigos, para luego partir por la cintura a otro. Pero aún así eran demasiados.
Estaban entre la espada y la pared cuando de repente…
El Monolito estalló. Un proyectil a hipervelocidad había impactado en su blindaje y lo había vaporizado. La onda expansiva los derribó al suelo.
Mientras se volvía a poner en pie, vio un par de transportes de diseño mon-keigh posándose en el suelo. De su vientre, salieron pequeños grupos de humanoides que empezaron a atacar a los Necrontyr.
En relativamente poco tiempo, las fuerzas combinadas de las Lágrimas y de los alienígenas habían barrido a los necrones.

Lilith dio algunos pasos hacia el que parecía ser el líder, portaba un espada que parecía ser de manufactura… ¿Slanni?
¿Y ahora qué? Se preguntó la vidente.

Huida a la telaraña (capitulo 1)

Desde la cubierta de mando de la fragata “Noche estelar”, la vidente Lilith Eth-Khalion reflexionaba acerca de las visiones que había tenido anteriormente, mientras veía pasar delante suya las paredes de la Telaraña. En sus visiones una gran serpiente cíclope devoraba el mundo que los mon-keigh llaman Kantrael y en otra visión veía a un humano dirigiendo los ejércitos de este planeta contra el Saqueador. Por este motivo se encontraba embarcada en la fragata con sus Lágrimas negras, no podía permitir que las fuerzas del Caos (la serpiente cíclope de sus visiones) destruyera este planeta por que sin la ayuda de ese humano el Saqueador no podría ser vencido fácilmente.
De repente se encontró viendo las estrellas, el “Noche estelar” había salido de la telaraña.

- Señora.- Le llegó la voz del piloto.- Estamos entrando en la órbita del planeta.

- Bien, manténgase a la espera de órdenes.

- Sí, señora.

Lilith dirigió su mirada al mundo mon-keigh, una esfera cuya superficie estaba totalmente cubierta por el metal. La vidente odiaba a los humanos por aquello, saqueaban mundos enteros con su afán de obtener recursos y una vez lo habían expoliado se marchaban a otro planeta y hacían lo mismo. Los humanos eran un virus en el universo y ahora se veía obligada a ayudarles.

- Señora…- Una voz sonó detrás de ella.

- ¿Ves este planeta, Durell? Yo lo conocí cuando los mon-keigh aún no habían hollado su superficie, entonces era un planeta verde y bello y fíjate en lo que lo han convertido ahora, una jaula de acero.- La voz de la vidente estaba llena de desprecio.

- Señora.- Volvió a repetir la voz.- Las Lágrimas está preparadas para la partida, debemos irnos.

Lilith se volvió hacia Durell Al-Malladon, miembro del consejo de videntes de Eth-Khalion. La mirada que le lanzó hizo que Durell diera un paso atrás; sabía que el odio que la vidente profesaba hacia todo aquel que no fuera eldar era muy profundo, pero no podía desoír la advertencia que llevaba implícita su visión.
La vidente volvió a mirar hacia el planeta pero varios puntos brillantes que aparecieron cerca de la fragata llamaron su atención. Y en ese momento, se hizo el caos.

La nave se tambaleó debido a unos disparos en su fuselaje.

- ¡Señora! ¡Naves del Caos!- El piloto hizo un brusco giro para evitar otro misil enemigo.

- ¡Debemos irnos, vidente!- Durell se encontraba aún detrás de ella, a la espera de que Lilith se decidiera.- ¡La fragata no resistirá mucho más tiempo!

- Está bien, diga al consejo que abran el portal.- Durell se maravilló por la templanza de la vidente, incluso en medio de un ataque era capaz de conservar la calma.- Avísame en cuanto lo hayan hecho.

El vidente se marchó corriendo hacia la cubierta inferior del “Noche estelar”.

- Piloto, acérquese a una de las naves.- Dijo Lilith apoyando una de sus finas manos en el hueso espectral que servía de visor.- Vamos a darle una sorpresa.

- Pero, señora…- La nave volvió a virar para esquivar otro disparo.

- ¡Hágalo!

- ¡Sí, señora!

El piloto redujo la velocidad de la fragata eldar a la espera de que uno de los cazas enemigos se acercara. Por su parte, Lilith con las manos apoyadas en el visor empezó a brillar, los ojos le chispeaban y su melena se erizó cuando la fuerza psíquica llenó su cuerpo. La vidente liberó la energía y una de las naves del Caos estalló. Lilith se apoyó en el hueso espectral y respiró profundamente, cada uso que hacía de su poder psíquico la dejaba agotada y esta vez había sobrepasado sus límites. Otro misil impactó en la nave eldar.

Vidente, el portal está abierto. El pensamiento de Durell le llegó entrecortadamente. Sabía que abrir un portal espectral también agotaba de sobremanera y Durell era el principal encargado del portal.

- ¡Piloto!, el portal está abierto. Deje los mandos y venga conmigo.- Lilith se paró delante de la puerta que comunicaba la cabina con el resto de la nave.

- ¡No!, si lo hago el siguiente misil impactará de lleno y no nos dará tiempo a llegar al portal.

- ¡Piloto! ¡Es una orden!

- ¡No pienso obedecer! ¡Váyase! Yo mantendré esto en pie el suficiente tiempo para que pueda escapar.

Lilith cruzó la puerta.
Que Isha te acoja en su seno, piloto. Cantaremos alabanzas por ti

El “Noche estelar” se tambaleó fuertemente, este impacto había sido mas duro que los anteriores. Lilith se dirigió rápidamente a la cubierta inferior donde estaba el portal. Durell le esperaba allí.
Mientras corría hacia el portal, vio a través de un visor como un misil se acercaba hacia la nave. Los dos videntes cruzaron el portal justo cuando el misil impactaba en la fragata.
Lilith al otro lado del portal no alcanzó a oír la explosión.

La puerta

Vuelvo a ponerme delante de un ordenador tras más de cuatro años sin atreverme, pero lo hago porque tengo la obligación para conmigo mismo de dejar constancia de aquellos horribles sucesos acaecidos hace ya cuatro años, sucesos por los cuales me pasé cerca de tres años y medio yendo a terapia psiquiátrica. Relato esto, no para que tú, posible lector, creas lo que aquí voy a narrar, si no para dar a conocer los horrores que yacen en lo más profundo de la mente humana.

Todo comenzó a finales del 2004, por aquel entonces yo formaba parte de una revista juvenil metida en proyectos solidarios en una ciudad cuyo nombre no diré. Uno de mis primeros encargos fue un artículo acerca de un centro social en el que participaba un grupo vinculado a la revista… Este grupo no sólo se encargaba de este centro, sino también de otros muchos proyectos. El artículo debía realizarlo con dos de mis compañeros de la revista. Así pues, el martes 10 de Noviembre nos presentamos en la residencia.

Una vez dentro nos presentamos y le contamos qué hacíamos allí. Curiosamente no vimos a ninguno de nuestros compañeros, así que nos pusimos a buscarles por todo el centro. Era un edificio muy grande y pintado totalmente de blanco -marcos de ventanas y puertas incluidos. Buscando por los pasillos, encontramos a uno de nuestros colaboradores en uno de los extremos de la residencia. Este pasillo no tenía ventanas, por lo que era más oscuro que los anteriores, y las bombillas apenas si iluminaban tenuemente el corredor. Nos adentramos en el pasillo, pues era el único que nos quedaba por explorar. A todo esto, mi compañero Joaquín iba sacando fotos de los interiores con su cámara, mientras que yo, pese a que llevaba la mía en las manos, no saqué ninguna. Pero volviendo al pasillo, descubrimos que al final de éste había una puerta cerrada… una puerta que, al contrario que las demás, no estaba pintada de blanco, sino de un rojo intenso. Esta puerta me llamó poderosamente la atención, me acerqué a ella y la fotografié. La verdad es que no sabría justificar porqué lo hice, pero el caso es que, antes de haberme dado cuenta, ya había disparado la cámara. Encendí la pequeña pantalla de la cámara digital con la intención de ver la imagen captada y de borrarla. Sin embargo, al ver la fotografía me quedé paralizado de terror…. Miré de nuevo la puerta y luego volví a posar mi mirada en la foto. ¡¡Qué extraño!! Aunque la puerta estaba totalmente cerrada, en la imagen aparecía entreabierta....

Pero eso no era lo peor: en la imagen aparecía una sombra de color gris translúcida flotando delante de la puerta. Me quedé de pie inmutado mirando la cámara fijamente sin saber qué hacer. Mis compañeros debieron notar que me pasaba algo, pues tímidamente se acercaron a mí.

-- ¿Te pasa algo?—me preguntó uno de mis compañeros. —Estas pálido.
-- Dime que esa maldita puerta está cerrada. —le respondí.
-- Sí, está cerrada.
-- Entonces, ¡¿por qué demonios en esta fotografía aparece entreabierta?!—Le pregunté gritando. —Y ¿qué es esa cosa que aparece flotando delante de ella?
-- ¿Pero qué demonios…?—El también se había quedado sorprendido.

Nos fuimos alejando poco a poco de la puerta cruzando el corredor, que esta vez nos pareció más largo. Cuando llegamos al final, ya me había calmado. Me paré y me giré hacia mis compañeros.

-- He de ver qué hay tras esa puerta. Necesito… — les dije. Así pues, fui recorriendo de nuevo el pasillo y me planté delante de la misma. Mente y corazón se unieron para instarme a que retornase tras mis pasos… pero hice caso omiso. Me colgué la cámara al cuello y agarré el picaporte con las dos manos, fuertemente, para que no me temblasen. Tenía miedo, miedo de lo que podía encontrarme al otro lado. Si hubiera sabido lo que me esperaba, hubiera salido corriendo como alma que lleva el diablo, nunca mejor dicho.

Mis compañeros -que no se esperaban mi reacción- no fueron lo suficientemente rápidos para detenerme. Respirando hondo, giré el picaporte, abrí la puerta y crucé al otro lado, a los profundos abismos de la locura.

Me encontraba en una sala gigantesca totalmente desprovista de cualquier tipo de mobiliario, a excepción de una pequeña mesa al lado de la puerta. Me escondí detrás de ella. El único otro objeto de la habitación era un pedestal lo suficientemente grande como par que pudiesen estar dos personas encima con suficiente espacio para ellas. Podéis preguntaros porqué me escondí detrás de la mesa…. En efecto… la habitación no estaba vacía.

Seis figuras rodeaban el pedestal. Iban vestidos con unas túnicas y encapuchados. Algunos de los trajes eran negros y otros blancos. Por detrás del pedestal, y a cierta distancia, otra figura también vestida de negro pero sin capucha se distinguía en la inmensa sala. Deduje que era un hombre, pero el hombre más horrible que hubiera visto jamás. Tenía el rostro cubierto de cicatrices, demasiado perfectas como para ser hechas a causa de algún accidente. ¿Marcas rituales? Hmmm... Tal vez. Pero eso no era lo peor: sus ojos,… mejor dicho, la ausencia de ellos... me hacía temblar de una forma que…. En ese momento llegó a mis oídos unas palabras, que sonaban como una letanía y que los otros encapuchados repetían.
…

Las palabras seguían sonando en la sala. En ese momento me acordé de que llevaba la cámara y empecé a tomar fotos de la sala y del hombre de las cicatrices. Cuando dirigí el objetivo de la cámara hacia el pedestal, vi una octava figura encima de él que bailaba una especie de danza fúnebre. Esta figura correspondía a la de una mujer que iba vestida con una especie de traje semitransparente. Parecía un traje de novia pero sin la cola, ya que este vestido le llegaba a la mujer por los tobillos. No pude verle la cara pues llevaba puesta una máscara de porcelana, parecida a las máscaras griegas de la tragedia y la comedia pero con una expresión neutral.

Seguí sacando fotos, esta vez de la hipnotizante danza que ejecutaba la mujer. Tras largos minutos, la letanía recitada por el cicatrizado y la mujer también cesó, con tan buena (o mala) fortuna que quedó encarada en la dirección en la que yo estaba escondido. Afortunadamente, no pareció verme. Estaba con la cámara preparada, expectante a ver qué pasaba. Me fijé en el rostro de la mujer, en la máscara que llevaba mejor dicho, y vislumbré unas pequeñas lágrimas que recorrían las mejillas de porcelana. Usé el zoom de la cámara para verle mejor la cara y descubrí que las lágrimas eran de color carmesí, ¡era sangre! Las gotas de sangre seguían saliendo de los orificios de la máscara, cada vez más grandes hasta que un autentico caudal del líquido carmesí recorría su rostro y todo su cuerpo, empapándola. A esto que se reanudó la cantinela y la mujer empezó a danzar de nuevo sin, al parecer, percatarse de que sangraba o aún peor, no importándole lo más mínimo.

Empecé de nuevo a sacar fotografías de la bailarina, cuya sangre debido al movimiento de su cuerpo salpicaba a todas partes. De nuevo y, repentinamente, la mujer se paró y… me miró. Yo en ese momento estaba con el zoom al máximo para poder sacar un primer plano de su rostro. Su mirada hizo que me tambaleara. Una mirada que prometía torturas y horrores inimaginables para un ser humano. Ignoro si llegué a apretar el obturador de la cámara; sólo sé que me puse en pie y salí de la habitación. Una vez fuera de ella, cerré la puerta y me lancé sobre mis compañeros, que me habían estado esperando fuera. Sentí el sabor amargo de la bilis en mi boca y vomité… sí, vomité. Esa mirada no debía ser vista jamás por ninguna persona.

Según me contaron mis compañeros, en ese momento después de vomitar, caí al suelo echando espuma por la boca y con los ojos en blanco. Yo no recuerdo nada de todo eso. Cuando volví en mí, me encontraba en el jardín de la residencia. Mis compañeros me habían llevado hasta allí. Aunque sólo estuve unos minutos sin conocimiento, yo tenía la sensación de que habían pasado horas. Intenté ponerme de pie pero no pude… no tenía fuerza en las piernas.

-- Quédate sentado, has sufrido un shock. ¿Podrías contarnos lo que te ha pasado? —me preguntó uno de mis compañeros.
Iba a responderle cuando me di cuenta de que no llevaba la cámara conmigo.
-- La cámara, ¿dónde está la cámara?—les pregunté a mis compañeros. Me agarré a la camisa de uno de ellos.-- ¿Dónde está la jodida cámara?
No sé decir qué se apoderó de mí pero, verme sin la cámara tras haber tenido que aguantar todo lo que tuve que ver sólo para sacar fotografías fue superior a mí.

Entré de nuevo en la residencia, recorriéndola hasta llegar al oscuro corredor y poniéndome nuevamente frente a la puerta fuente de mi perdición. Por segunda vez en el día, agarré el picaporte, lo giré y cuando me disponía a entrar la puerta fue abierta por dentro. Yo no me lo esperaba, así que tropecé y caí al suelo dentro de la habitación. Me pegué un buen golpe y lo primero que distinguí tras caer fue mi cámara, estaba en el suelo de la habitación con el objetivo desplegado, parecía que me miraba como burlándose de mi estupidez.
Y en ese momento, escuché una voz.
-- ¿Álvaro? ¿Qué haces tú aquí?
Me di vuelta lentamente hasta ponerme de espaldas al suelo, y vi al padre Cortéz, un sacerdote amigo de mi familia, mirándome.
-- Vamos muchacho, levántate. —me dijo tendiéndome la mano. Yo la acepté y me incorporé ayudado por él. Una vez estuve de pie, miré a mí alrededor.
Me encontré con una sala completamente distinta a la que había detrás de la puerta anteriormente. Esta sala era más pequeña, con unas estanterías en las paredes y unos bancos en el centro. Sentados en los bancos estaban los voluntarios… me estaban mirando. Pero yo seguía con la mirada fija en la habitación, estaba muy asustado. ¿Es que acaso me lo había inventado todo? ¿Nunca existieron los encapuchados, ni la mujer ensangrentada?
Pero, entonces… ¿por qué estaba la cámara dentro de la habitación si nunca había entrado en ella?
Me agaché a recoger la cámara, las manos me temblaban y a punto estuve de dejarla caer.
-- Pero, ¿qué te pasa Álvaro? Estas temblando. —me preguntó el padre Cortéz.
-- Nada, Padre, nada. – le respondí intentando calmarme.
-- Está bien, pero antes no me has respondido. ¿Qué haces aquí?
-- Pues me han encargado que haga un artículo sobre el voluntariado en esta residencia y aquí estoy. Y ¿qué hace usted aquí?, Usted no es monitor de estos voluntarios….
-- Eso es cierto, pero suelo pasarme por todos los voluntariados de esta zona para ver qué tal les va, y hoy me tocaba venir aquí. – Probablemente era cierto pero entonces, ¿por qué tenía la sensación de que me estaba mintiendo? - .
-- Bueno Álvaro, ya que estás aquí, ¿por qué no nos haces una foto a tus compañeros y a mí con ellos? Venga chicos, poneos aquí conmigo que nos va a hacer la foto.

Esperé a que se colocaran todos: los ocho. El padre Cortéz quedó en el centro con la única chica que había allí a su izquierda. Cuando se hubieron colocado, los fotografié. A pesar de que intentaba que no se me notaran los nervios tuve que hacer dos fotografías porque la primera me salió borrosa a causa del temblor de manos.

-- Padre, yo me voy a mi casa. Ya volveré la semana que viene para hacer la entrevista. – Necesitaba salir de allí, no podía sacarme las imágenes del ritual de la cabeza.

No esperé a escuchar la respuesta del sacerdote. Me fui rápidamente de allí. Al llegar al jardín no vi a ninguno de mis compañeros, así que supuse que se habrían ido. Pero en ese momento nada me importaba lo más mínimo. Necesitaba llegar a mi casa y una vez allí comprobar si en la cámara estaban todas las fotografías que tomé del ritual. Si las fotos existían quería decir que había sucedido de verdad, que no estaba loco, pero si las fotos no estaban…

No sabría decir cuál de las dos opciones me aterraba más.

En cuanto llegué a mi casa, encendí el ordenador y conecté la cámara digital a la computadora. En este momento me encontraba muy asustado. Fue por ello que a punto estuve de destruir la cámara pero, si lo hubiera hecho ni habría descubierto la verdad ni habría podido vivir pensando que todo aquello fue un mal sueño o una mala pasada de mi imaginación. Pero no lo hice: las ganas de descubrir la verdad me corroían por dentro. Así pues, arranqué el programa que usaba para pasar las fotografías desde la cámara hasta el ordenador. Una vez dentro del programa comprobé que en la memoria de la cámara sólo había guardada una única fotografía. Me empezó a entrar una risa histérica… al principio intenté reprimirla pero no pude y empecé a carcajearme. ¡Todo no había sido más que una alucinación! ¡No había existido nunca la habitación del pedestal, y el ritual tampoco!

Cuando me calmé, pinché en el icono que representaba la fotografía que estaba en la cámara. Fotografía de la que nunca dudé se tratara de la imagen del grupo de voluntarios. Esperé un poco hasta que se cargara la imagen que, cuando se terminó de cargar, apareció ocupando toda la pantalla. Lo que vi… lo que vi me espantó… tanto que salí corriendo de mi habitación, de mi casa, ¡¡de mi edificio!!, hasta llegar a la calle, donde me tumbé sobre la acera y me sumí en la locura.

La fotografía que apareció era, en efecto, la que yo le había hecho a los voluntarios… pero a la vez no era esa. Los seis chicos del voluntariado aparecían en la imagen con unas túnicas, algunas negras y otras blancas. En el centro el padre Cortéz, cuyo rostro era un amasijo de cicatrices y sus ojos dos pozos negros y vacíos. A su izquierda, la chica del grupo con un traje blanco manchado de sangre, una máscara de porcelana y llorando lágrimas carmesí. Y flotando por encima una sombra gris con forma humana miraba a cámara… y sonreía.

***
Este mensaje fue encontrado entre las manos del estudiante Álvaro Pérez García de 20 años, que fue hallado ahorcado en el apartamento que compartía con dos compañeros suyos de la universidad. El dictamen de la policía fue de suicidio, dado el historial de trastornos mentales que sufría el fallecido. La causa de este trágico suceso aún no ha sido descubierta.

El PAÍS, 10 de Noviembre de 2008