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Revelaciones



Durell se levantó y paseó por la habitación. Era un lugar bastante práctico, funcional, que los taus les habían proporcionado a los suyos. No era nada ostentoso, equipado con lo básico, pero que cumplía perfectamente con la función que tenía, la de dormitorio. El elemento más importante para cumplir esa función, la cama, era muy confortable.
Durell desvió su mirada hacia ella. El cuerpo de Asonia en vuelto en las sabanas se estremeció levemente en sueños. El vidente sonrió, era algo que no terminaba de comprender en los humanos. Un eldar apenas necesitaba cuatro horas para, sumido en el llamado “ensueño” equivalente al dormir humano, estar descansado por completo y al máximo de actividad. Un humano necesitaba el doble de eso. Y mientras que en el ensueño era muy ligero y los eldars despertaban con facilidad, un humano dormía tan profundamente que a veces Durell dudaba que incluso el sonido de un proyectil explosivo de gran tamaño cayendo a su lado fuera capaz de despertarlos.

Durell ocupó el asiento que se había desplegado de la pared al pulsar el vidente un botón. Recordó todo lo que había pasado en las últimas horas. Muchas cosas, quizás demasiadas. Aún no había tenido tiempo de digerirlas por completo. Él y Aldámahtar habían regresado al amanecer tras haber colocado los explosivos en la sala de control de la base enemiga. Descubrieron que toda su unidad, que creían inconsciente, en realidad había muerto. La descarga psíquica del inquisidor había acabado con ellos. Los dos eldars, tras recuperar de los cadáveres de sus compañeros sus joyas del alma, habían huido por el lugar por el que entraron y tras colocarse a una distancia prudencial de la base, habían activado los detonadores. La sala de control quedó destruida por completo, y tanto el escudo de energía de la base como las baterías antiaéreas quedaron desconectadas. Apenas diez minutos después los bombarderos tau habían arrasado la base. Tras completar el ataque tau a la base, habían activado la baliza que llevaban consigo y una nave de transporte de tropas los había recogido. Cuando regresaron a la base de la Alianza, descubrieron que en ella se respiraba ambiente festivo. Y no era de extrañar, esta fortaleza enemiga era el último foco de resistencia Necrontyr y al haber sido destruido, el planeta quedaba bajo control de las fuerzas aliadas.
Sin embargo, a pesar de haberse contagiado del buen humor reinante, Durell no tenía ganas de asistir a los festejos que rápidamente se estaban preparando. El cumplía su deber y punto, no necesitaba de condecoraciones ni celebraciones ni nada por el estilo. Asonia había sido su salvación, lo había tomado del brazo nada más bajar de la nave y juntos se habían perdido entre la multitud, compuesta por humanos, tau, eldars y otras razas pertenecientes a la Alianza. Dado que Durell no llevaba nada que lo identificara como vidente, pues aún vestía la armadura de guardián, nadie lo había reconocido.
Tras escapar de allí, se habían dirigido a la habitación del vidente, ya que Asonia no disponía de estancia individual si no que compartía barracón con el resto de su unidad.
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Lilith no había ido a la celebración, no estaba de humor para ello. Durante la misión de Durell, ella había mantenido una charla con el Aun’o, y más concretamente con su espada, con Antakanya. Lo que le contó fue… increíble. La había creído muerta durante tantos años, su raza la había creído muerta, y era ella quién descubría la verdad, era a ella a quién había decidido revelarse. Sin embargo, había algo que la conmocionaba, porqué Ella había decidido presentarse primero a los Tau, una raza que nada tenía que ver con Ella y su parentela. Los eldars largamente habían llorado su muerte, y Ulthwé le rendía homenaje. ¿Porqué entonces no ir en busca de sus siervos, de los eldars?
- Debía esconderme y los Tau ofrecían un gran refugio.- Eso le había dicho Ella.

Lilith le ofreció ir con Ella, juntas partirían a Ulthwé y proclamarían que había vuelto, que los eldars la habían recuperado. Pero Ella se negó, le explicó que no quería dejar a Myen, él era ahora su compañero y su destino estaba unido al de él. Esto enfureció a la vidente, no podía comprender porqué Ella prefería a un Tau antes que a un eldar. Aunque Ella se lo explicó, Lilith no era capaz de comprenderlo pero como su raza había hecho siempre, siguió sus designios.

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No era capaz de descansar, estaba exhausto pero no podía sumirse en el ensueño. Cada vez que lo intentaba volvían a su cabeza las imágenes de sus compañeros, de su unidad, muertos en el suelo. Así pues abandonó la pequeña enfermería, donde le estaban curando la herida del hombro. Se dirigió a la estancia común dónde se reunían los suyos, que permanecía vacía.

Allí se sentó en uno de los asientos que levitaban junto a las mesas. No podía dejar de pensar en que todo era culpa suya. Durell le había dicho durante el viaje de vuelta que no debía preocuparse, que eran cosas que pasaban, y que todos los que estaban allí luchando sabían que tarde o temprano acabarían muertos. Pero Aldámahtar no lograba sacárselo de la cabeza, el estaba al mando de la unidad, era su primera misión como líder de escuadra, y lo había fastidiado. Había perdido a todos sus soldados, y él, que tuvo que quedarse atrás no estuvo con ellos cuando ocurrió. Lo más probable es que, de haber estado allí, el también hubiera muerto, pero habría preferido morir junto sus guerreros que quedar atrás.

Y además, para sentirse aún peor, había tenido que asistir a la celebración que había tenido lugar, y dada la desaparición del vidente Durell, el había sido el centro de atención. Había tenido que soportar halagos y felicitaciones de todo tipo, cuando el lo único que quería era irse de allí. Pero no tuvo ocasión, y estando en la fiesta, tuvo ocasión para pensar en lo que había hecho, y decidió hablar por la mañana con la vidente Eth-Khalion para que lo devolviera a su antiguo rango. Él no era un líder, si no un simple soldado, y estaba mejor luchando junto a sus compañeros que dándole órdenes. Iría a hablar con la vidente, y recuperaría su antiguo puesto, pues estaba claro que no se podía confiar en él para dirigir.

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