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Infiltración

Llevaban ya dos días de marcha desde que vieran pasar el último convoy de tropas enemigas, pero Durell no se hacía ilusiones sabía que los Necrontyr con la ayuda de sus siervos humanos, tenían suficientes recursos para mantener clavado a las tropas de la alianza mucho tiempo. Y era por este motivo que llevaban a cabo la misión.
Según los informes de los exploradores, la base enemiga no debía quedar muy lejos del lugar en que se encontraban, lo más posible era que llegaran a ella el día siguiente. Mientras tanto avanzaban sin descanso, apenas paraban un par de horas al día para recuperar fuerzas, puesto que sabían que el tiempo escaseaba.
Su escuadra siguió adelante, sólo nueve de los diez soldados que la componían se movía junto a él, el décimo miembro de la unidad, una guardiana cuya arma era uno de los escasos rifles de explorador que las Lagrimas poseían, se había adelantado al resto cumpliendo las funciones de exploradora. Cada cierto tiempo la eldar volvía para informar de cualquier noticia importante.
Como ahora. Durell hizo que la unidad se detuviera. La exploradora se acercó al vidente.
- Señor, una patrulla enemiga, al frente.
- ¿Cuántos?- preguntó Durell.
- Solo cinco. Y no se mueven, como si estuvieran protegiendo algo
- En ese caso deben tratarse de centinelas. – reflexionó el vidente. – Quizás estamos más cerca de la base de lo que pensábamos. Bien, soldados, desplegaos, envolveremos a la patrulla. No quiero armas de fuego. El trabajo debe realizarse limpiamente para no dar la alarma. ¡Adelante!
Los guardianes se marcharon. Durell se volvió a la exploradora.
- Quiero que busques un buen lugar desde el que disparar tu arma. Te avisaré cuanto estemos listos. Tuya será la primera baja enemiga.
- Sí, vidente.
Durell se acercó al lugar donde se encontraban los enemigos. Era un patrulla humana, probablemente Skitarii – pensó Durell al ver sus armas. No tenían brazos propiamente dichos, si no que habían sido sustituidos por armas blancas y de fuego.
El vidente ocupó su posición, no podía ver al resto de su unidad, debido a la gran capacidad de camuflaje que tenían, por su entrenamiento a manos de los maestros de los Escorpiones asesinos, pero sabía que estaban allí.
Durell dio la orden.
El primero de los guerreros enemigos cayó al suelo, con la cabeza atravesada de un certero disparo. Un segundo más tarde, los guardianes salieron de sus escondrijos y atacaron a los cuatro restantes. El propio Durell desenvainó dos largos Raukos, unas delgadas espadas tubulares preparadas para ser clavadas en vez de para cortar, y se lanzó al combate.



La lucha acabó antes de empezar, los enemigos habían sido cogidos por sorpresa y no tuvieron oportunidad de responder al ataque.
Durell examinó los cadáveres de los guerreros enemigos y entonces comprendió como era posible que la resistencia fuera tan encarnizada en este planeta. Estos soldados no eran Skitarii, es más ni siquiera eran soldados. Era la población civil mon-keigh del planeta. Los Necrontyr los habían manipulado insertándole armas y anulando su voluntad, o eso supuso el vidente, y los había convertido en tropas de sus ejércitos. Durell se sintió asqueado por la idea.

La unidad eldar escondió los cadáveres y se puso en marcha. Llegaron a la base enemiga al anochecer. Durell repasó sus órdenes. Durante mucho tiempo habían intentado destruir la base desde el aire, pero pronto descubrieron que no era posible, un campo de fuerza rodeaba toda la base y esto unido a las baterías antiaéreas hacía imposible realizar un bombardeo contra ella.
La misión de Durell y de su equipo estaba clara, debía infiltrarse en la base y destruir tanto el generador de escudo como el control de las antiaéreas. Y según el servicio de inteligencia Tau, que habían perdido su vida para traer esta información, ambas funciones estaban localizadas en el centrote control de la base, así que era allí donde debían dirigirse. Los observadores Tau también habían informado de la existencia de una puerta trasera, apenas sin vigilar pero con un sistema de seguridad cifrado, que imposibilitaba la entrada a quién no conociera la clave, aunque ese problema ya había sido solucionado.

Durell esperó a que fuera noche cerrada para ponerse en marcha. La armadura de los guardianes, al ser completamente negros y aislantes del calor corporal que desprendían sus portadores, hacían completamente invisibles a los eldars, tanto a la visión normal a con la infrarroja. El propio Durell se había despojado de sus típicas vestiduras de vidente y vestía un traje de estos.
Lentamente pero sin pausa, fueron dando un rodeo a la muralla que protegía la base, evitando en este caso todas las patrullas de vigilancia que pudiera haber.
Llegaron rápidamente a la puerta trasera ya que no estaba muy lejos del lugar por el que habían llegado. Acabaron fácilmente con los vigilantes de la puerta, ya que no eran muchos, y los guardianes establecieron un perímetro de seguridad mientras Durell se encargaba de la puerta.
El vidente sacó un artefacto de su cinturón, y lo colocó sobre el panel de acceso de la puerta. El artefacto era un pequeño descifrador de manufactura Tau que le habían proporcionado los de inteligencia.
Durell activó el aparato y esperó, en apenas un minuto el descifrador obtuvo la secuencia correcta de la clave y abrió la puerta.

Se colaron rápidamente en el interior. La puerta era el acceso a lo que parecía ser un corredor secundario y prácticamente abandonado. Recorrieron rápidamente el corredor en completo silencio y buscando alguna indicación del centro de control.
Pero la galería no disponía de ninguna salida lateral, así que tuvieron que recorrerlo en su totalidad.
Finalmente desembocó en una sala circular, amplia y atestada de lo que parecían ser terminales de maquinas mon-keigh. Lo que no vieron en un principio es que dicha sala no estaba vacía.
Tres Skitarii estaban situados en el centro de la habitación y en cuanto los eldars entraron en la habitación comenzaron a disparar. Durell y el resto de guardianes se lanzaron tras las terminales de la habitación protegiendose de los disparos. Todos menos la exploradora que iba en último lugar, y no fue lo suficientemente rápida.
Una ráfaga de proyectiles trazadores la dejaron echa trizas.

Aldámahtar vio como la exploradora caía abatida y eso le enfureció. Saliendo de detrás de una de las terminales disparó con su catapulta shuriken acabando con uno de los engendros semimecánicos. Un instante después ahogó un grito, una bala le había alcanzado en el hombro.
Durell disparó su pistola, pero dado que lo hizo por encima de su cabeza sin apuntar, sus proyectiles fueron contra la pared.
Los Skitarii no paraban de disparar, pero lo hacían por encima de las terminales, como si no quisiesen dañar estas. Durell reconoció que se trataba de un empate técnico, pues aunque estaban a salvo de los disparos tras las maquinas, no podían dejar su protección pues los acribillarían. Estaban perdidos, no tardaría mucho en sonar la alarma, y la habitación se llenaría de refuerzos.
Durell intentó pensar en algún plan. Repaso el equipo que llevaba, su pistola shuriken, los Raukos, su espada bruja, granadas… ¡Granadas, eso era!
El vidente cogió una granada, la activó y la lanzó al centro de la sala.
<¡Granada!> Avisó a los guardianes mediante un mensaje telepático. Estos se agacharon aún más detrás de las terminales para protegerse.
La granada hizo explosión, y la onda explosiva lanzó a Durell contra la pared, aunque se dio un buen golpe fue absorbido en su mayor parte por la armadura.
El grupo de eldars se levantó y se dirigió al lugar que antes ocupaban los Skitarii. Nada quedaba de ellos, la granada de plasma los había vaporizado por completo.

Tras el combate con los Skitarii en la sala de los terminales siguieron adelante.
Recorrieron multitud de pasillos acabando rápidamente con las escuadras de vigilancia.
Finalmente tras un largo camino llegaron unas puertas dobles de acero, y selladas mediante un circuito. Otro panel de acceso estaba en la pared al lado de las puertas.
Durell se acercó a Aldámahtar que ahora portaba el rifle de la exploradora muerta. Aunque había vendado su herida, esta aún le molestaba bastante, impidiéndole disparar de manera efectiva.
- Aldámahtar, te quedaras aquí en el pasillo y nos cubrirás las espaldas.
- ¿Qué? Vidente, ¡no! Pienso ir con usted allí dentro.
- Soldado, si este es en verdad el centro de control estará muy vigilado y no estas en condiciones de luchar.
Aldámahtar tuvo que reconocer que era verdad. Así pues se quedaría en el pasillo.
Durell se dirigió al panel de acceso, colocó el descifrador Tau sobre él.
Las puertas se abrieron en poco tiempo.
El vidente y los guardianes entraron dentro de la sala y acabaron rápidamente con los ocupantes de la misma. Todos eran técnicos y encargados de los terminales de la sala. Durell se había equivocado, no estaba protegida.
Y sin embargo, al echar un vistazo a la sala comprobó que se trataba del centro de control.

Se volvió a los guardianes para que empezaran la colocación de los explosivos que llevaban cuando uno de ellos se desplomó. No se había oído el sonido de ningún disparo ni tampoco nadie había entrado en la sala.
Durell se acercó al guardián caído y le quitó el casco. La cabeza del eldar había desaparecido. Cuando levantó el casco este derramó sobre el suelo un torrente de sangre y de tejidos cerebrales y musculares. Algo había licuado la cabeza del eldar, literalmente.
Durell miró horrorizado al resto de guardianes, cuando sin previo aviso se encontró volando. Chocó contra una de las maquinas de la habitación, a veinte metros del cadáver del eldar. Un fuerte dolor de cabeza lo envolvió, dejándole casi inconsciente, ¡era un ataque psíquico! ¡Pero eso era imposible, los Necrontyr no tienen psíquicos en sus filas!
Concentró todo el poder mental que podía reunir y poco a poco fue levantando barreras en su mente para disminuir el ataque psíquico.
Los guardianes que se habían quedado mirando al vidente como si se hubiera vuelto loco, cayeron al suelo, inconscientes.

Durell consiguió expulsar el ataque de su cabeza y logró ponerse en pie. En es momento, la otra puerta que existía en la sala se abrió, y de ella surgieron tres figuras. Las dos primeras, dos Skitarii avanzaron al interior de la habitación y se colocaron a cada lado de la puerta.
La tercera figura avanzó hasta quedar enfrente de Durell. Se trataba de un humano, vestido con una armadura corporal negra que le ocultaba todo el cuerpo y una gabardina de color marrón por encima. Lo único que no estaba cubierto era su cabeza. Y solo la mitad izquierda del rostro del humano era de carne. El resto incluido toda la mandíbula inferior y el cuello era de metal, implantes. Durell se fijó en el colgante que colgaba del cuello del mon-keigh, la reconoció al instante, pues ya había lucha do contra ellos y sus ejércitos antes de unirse a las Lágrimas. Era el símbolo de la Inquisición.

- Hola, vidente eldar. Tenía muchas ganas de conocerte, tras ver lo que has hecho hoy aquí. – dijo el humano dirigiéndose al vidente en su propia lengua. Su voz sonaba con un tono metálico, pues provenía de una laringe artificial.
Durell no dijo nada pero su quedó totalmente sorprendido.
- ¿Te sorprendes? – dijo el mon-keigh. - ¿Por qué crees que esto estaba sin proteger? Os he estado siguiendo a ti y a tu grupo por las cámaras desde que accedisteis al interior.
- Ah, permíteme que me presente. Mi nombre es Douglas Barrous, antiguo inquisidor del Ordo Xenos y aliado de los Dioses Estelares.
- Los Yngir no tienen aliados, mon-keigh, sólo siervos. – respondió el eldar.
- Cierto, pero yo tengo algo que ellos necesitan y que no pueden controlar, por eso soy su aliado. Ellos necesitan psíquicos, mi querido vidente, pero no pueden someterlos…Han de aliarse con ellos, y eso es lo que han hecho. – dijo. El inquisidor dio un par de pasos hacia la derecha y se volvió de nuevo hacia Durell. – Ah, pero tanta cháchara me aburre, he disfrutado bastante viendo como llegabais hasta aquí, pero este es el final de vuestro camino.
Barrous lanzó un ataque psíquico que Durell detuvo sin apenas esfuerzo. Los poderes del humano eran inferiores al del eldar. Y Durell lo sabía, el ataque del principio lo había pillado desprevenido, pero esta vez no.
Durell atacó la mente del vidente, pero su ataque fue también bloqueado. No debía subestimar al inquisidor pues era poderoso.
- Este enfrentamiento no lo decidirán nuestros poderes psíquicos. Que las armas decidan. – Barrous cogió lo que parecía ser el mango de una espada, solo que si hoja. El inquisidor pulsó un botón, y una hoja de energía pura de más de un metro surgió de la empuñadura. - ¿Te gusta? Un regalo que me hicieron los C’tan cuando sellamos nuestro trato.
Durell desenvainó su espada bruja, que llevaba en una vaina colgada a la espalda.
El primero en atacar fue el humano. Haciendo un giro de la espada sobre su mano lanzó un tajo directo a la cabeza del eldar, que este bloqueó sin dificultades. Tras este ataque Durell atacó. Si alguien ha visto un eldar en acción podrá dar testimonio de su velocidad, tanto que en muchas ocasiones se convierten en un borrón difuso. En esto se convirtió el vidente ahora. Los ataques llovían contra el inquisidor desde todos lados. De haberse tratado de un oponente normal ya estaría muerto. Pero Barrous no era un oponente normal.

Multitud de implantes potenciadores aumentaban la velocidad del humano. Este conseguía parar todos los ataques. Así estuvieron durante largo tiempo sin conseguir ninguno ventaja sobre otro. Hasta que Durell paró su acometida.
Hubo un último choque de espadas, y los dos oponentes quedaron enfrentados.
Barrous vio como el vidente sujetaba la espada bruja con una sola de sus manos, lanzó una carcajada pues sabía que con la fuerza de una sola mano no podía hacer uso de toda su fuerza. Lo que no vio, fue el Rauko que portaba Durell en la otra mano y que se clavó con fuerza en la parte aún biológica de su rostro.

El vidente no esperaba matarlo con ese ataque pero si distraerlo lo suficiente. Mientras el inquisidor agarraba el Raukos para arrancárselo, Durell hizo una finta con la espada bruja y rebanó la cabeza del humano, así como el brazo que tenía sobre esta.
El cuerpo de Barrous cayó al suelo, pero mientras lo hacía los dos Skitarii que habían permanecido impasible ante el combate se activaron y apuntaron con sus cañones al vidente.
Durell bajó su espada, estaba muerto, podría matar a uno de los droides pero el otro lo acribillaría. Había perdido.

Uno de los Skitarii cayó al suelo con la cabeza arrancada de cuajo de un disparo, el otro confuso por lo que había sucedido también fue derribado poco después con un agujero humeante en el pecho.
Durell, sorprendido, miró a sus espaldas.
En la puerta con el rifle de explorador en sus manos se encontraba Aldámahtar.

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