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Alianzas

Lilith vio como un grupo de alienígenas se ocupaba de sus heridos. Se quedó allí de pie, contemplando el campo de batalla y observando los movimientos del líder de los mon-keigh. Lo que no le encajaba era el arma, ¿qué hacía un arma de los antiguos en manos de aquellos seres?
El aspecto de las criaturas le resultaba familiar, había estudiado acerca de ellos, pero no era capaz de acordarse.
- Se llaman así mismo Tau. Son una raza joven pero capaz, que llegará al nivel que ahora mismo ocupáis vosotros.- una voz sonó en su cabeza. Le resultaba extraño pues la voz tenía un tono de familiaridad que la eldar sólo había escuchado cuando Durell se dirigía hacia ella.
- ¿Quién eres tú?- No podía tratarse de los alienígenas, de los Tau, pues la voz usaba el idioma eldar.
- Mi nombre es Antakanya, aunque me conocen con el nombre de “Rostro de honor”. Soy el arma que ves en manos de aquel Tau, de nombre Aun’o Da’fio Myen Mont’yr, es el líder de toda esta fuerza. No debes preocuparte por ellos, son aliados y no buscan hacer ningún mal. Incluso están ayudando a tus propios heridos.
Lilith vio que era cierto. Le molestaba que lo hicieran, pero si su buena voluntad era cierta, le vendrían bien. Sus Lágrimas apenas tenían recursos para ocuparse de todos los heridos.
Agarró a uno de sus soldados que pasó a su lado.
- ¿Y el vidente Durell? ¿Sabes donde se ha metido?
- No señora. Lo último que sabemos de él es que estaba luchando en el flanco derecho.
- Bien, no pasa nada. Quiero que te encargues de comprobar cuantos heridos tenemos. Y también…que hagas lo mismo con los muertos.
- Sí señora. No la defraudaré.
Lilith se quedó pensativa. Era extraño que Durell no se hubiera puesto en contacto.

Abrió los ojos. Sentía un dolor punzante en el estómago y le dolía hasta respirar. Entonces lo recordó todo. La batalla, el Necrontyr y el dolor lacerante que casi lo mata. Se extrañó de no estar muerto. Durante un momento volvió a perder el conocimiento. Cuando se despertó de nuevo notó cómo le colocaban algo sobre el cuerpo. Al abrir los ojos vio una figura inclinada sobre él, poniéndole unos extraños parches en la herida. La figura se giró al notar los movimientos de Durell y lo miró. Se quitó el casco que llevaba. Vio los rasgos claramente femeninos y el cabello, recogido en trenzas, le caía hacia atrás. Unos fieros tatuajes recorrían su rostro. Se trataba de una humana y le sorprendió que lo ayudara. Los humanos no suelen ser tan comprensivos con los de su raza.
Su estupor aumentó al escuchar el canto de la mujer, aunque no entendía la letra, su ritmo tranquilizaba. En ese momento, empezó a verlo todo borroso. La vista se le iba, y notaba cómo la vida también se le escapaba. La humana dijo algo, pero la voz llegaba de muy lejos y no entendió lo que decía. Además ya poco importaba, lo único que deseaba era dormir.

El guardián al que la vidente le había encargado ocuparse de los heridos, Aldámahtar de nombre, se dirigió a un pequeño claro dónde residían multitud de heridos y muertos. Los alienígenas estaban allí, ayudando a los heridos eldar y colaborando con aquellos eldars que estaban lo suficientemente ilesos para ayudar en las tareas sanitarias. Le sorprendió ver a mon-keigh y a eldars trabajando codo con codo, teniendo en cuenta la desconfianza de los de su raza para con las otras especies.
La guerra nos iguala a todos y nos pone a trabajar con la fuerza de nuestros hombros. Sonrió al pensar esto. Era una frase digna de un líder arengando a sus tropas.
Cuando se acercó más, empezó a ver las terribles heridas que presentaban los muertos. Las armas de los Necrontyr desintegraban los tejidos con pasmosa precisión. Muchas extremidades habían sido arrancadas de cuajo y volatilizadas.
Aldámahtar vio uno de los mon-keigh inclinado sobre lo que parecía ser uno de sus brujos, a la vista del atuendo que llevaba. Pero no, el mon-keigh no era uno de aquellos alienígenas de piel azul y rasgos planos, era ¡una humana!
Se acercó rápidamente hacia ellos.
- ¿Qué hace?- le preguntó a la mujer.
Ella no hablaba su idioma y por tanto no pudo responderle, pero lo dio a entender por señas que el eldar del que se estaba ocupando necesitaba ayuda.
Se fijo en el eldar, ¡se trataba del vidente Durell! Respiraba, pero débilmente, debía avisar a la vidente Eth-Khalion.
- Quédate con él. – le dijo a la humana. Sabía que no lo entendía pero acompañó sus palabras con gestos. – Voy a buscar ayuda.

- Acercaos a ellos, necesitáis su ayuda vidente, y están dispuestos a dársela.
No le hacía ninguna gracia tener que acercarse pero dio unos pasos hacia delante, no sabía porqué, pero lo hizo.
- Se que no confiáis en aquellos que no son de vuestra raza, Lilith Eth-Khalion. Conozco mucho acerca de vos, se lo que os ocurrió en vuestra infancia. Pero ellos no son Orkos.
A Lilith le sorprendió que Antakanya supiera todo aquello. Pero luego comprendió, un arma de aquel tipo creada por los antiguos tenía poderes psíquicos superiores incluso a los de su raza, así que podría haber accedido a sus recuerdos sin que ella se diera cuenta.
Decidió darles un voto de confianza. No tenían nada que perder, si al final resultaba que el arma le había engañado y los alienígenas eran enemigos, acabarían con todos ellos. Pero si rechazaba su ayuda, también perecerían. Estaba en un punto muerto.
Que los dioses decidan.- pensó.- Si es que aún queda alguno que vele por nosotros.

Terminó de acercarse a los Tau y se sentó junto al líder.
- Mi nombre es Lilith Eth-Khalion, vidente de Ulthwé.
Esperó a que el Aun’o, como lo había llamado Antakanya, respondiera.
Poco después respondió. No entendía lo que decía pero casi al mismo tiempo que el Tau empezó a hablar, la voz del arma sonó en su cabeza.
- Yo soy Aun’o Da’fio Myen Mont’yr. Aunque usted puede llamarme Myen, o si prefiere algo más formal, Aun’o. “Rostro de honor” me ha contado cosas acerca de usted. Se que no confiáis en los que no son eldars. Pero nosotros no buscamos ningún daño, es más buscamos aliados. Los sirvientes de los dioses estelares se alzan una vez más, y empiezan a amenazar nuestros dominios. La espada me dijo que vosotros seríais grandes aliados en su lucha.
- Cómo podéis ver, Aun’o, no estamos en condiciones de ayudar a nadie. Nuestras bajas son muchas y tenemos heridos que precisan de atención urgente.
Una vez más, esperó a que el arma tradujera sus palabras y a que el Tau emitiera su respuesta.
- Lo comprendo, y es por eso que le ofrezco nuestra ayuda. Nosotros cuidaremos de sus heridos, pero para eso necesitaremos transportarlos a Da`fio. Es nuestro planeta natal y allí tenemos los recursos suficientes para encargarnos de ellos.
Lilith respiró resignada, ella era la líder de sus soldados, y como tal, debía pensar en lo mejor para ellos, aunque eso supusiera entrar en conflicto con sus principios. Aún no entendía la razón por la que el maestro Ulthran la había puesto al mando. Deseó que Durell estuviera a su lado, sus dotes diplomáticas le hubieran venido bien en este caso.
- Esta bien, Aun’o. Acepto, pero tanto yo como el resto de mis tropas sanas, les acompañaremos.

Durell volvió a despertarse. No sabía donde se encontraba. Lo ultimo que recordaba era la humana a su lado cantando. Ahora se encontraba en un lugar distinto, no estaba al aire libre si no dentro de algún edificio o algo similar. Pero la decoración le era completamente extraña. ¿Dónde estaría?
Intentó incorporarse pero un estallido de dolor en el vientre le disuadió de hacer tal cosa.
- ¡Vidente! No debéis hacer eso, aún estáis muy débil.- Aldámahtar estaba a su lado, velando por él.
- Y… ¿y la humana que me encontró?- tenía que encontrarla y hablar con ella. No podía negar que el tiempo que ella había estado junto a él había tenido un gran significado.
- No lo sé, vidente. Supongo que estará en otra de las naves. ¿Para qué quiere verla?
- Necesito darle las gracias por salvarme la vida. Por favor, ve a buscarla.
- Está bien vidente. Lo haré.
Cuando Aldámahtar salió de la estancia, Durell volvió a sumergirse en sus pensamientos. Recordó el bello rostro de la mujer, los movimientos de sus manos mientras le aplicaba aquel parche que había ayudado a cerrar temporalmente su herida.
¿Qué me está pasando?- pensó.- ¿Es posible que me sienta atraído por una humana?
Debía aclarar sus ideas. Eso no podía ser posible, aunque en el fondo de su ser sabía que era cierto.

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